Nunca he pretendido ser más que un soñador. A quien me ha hablado de vivir nunca le he prestado atención. He pertenecido siempre a lo que no está donde estoy y a lo que nunca he podido ser. Todo lo que no es mío, por bajo que sea, ha tenido siempre poesía para mí. Nunca he amado sino a ninguna cosa. Nunca he deseado sino lo que no podía imaginar. A la vida, nunca le he pedido sino que pasase por mí sin que yo la sintiese. /Del amor apenas he exigido que nunca dejase de ser un sueño lejano./ En mis propios paisajes interiores, irreales todos ellos, ha sido siempre lo lejano lo que me ha atraído, y los acueductos que se esfuman –casi en la distancia de mis paisajes soñados, tenían una dulzura de sueño en relación a las otras partes del paisaje–, una dulzura que hacía que yo pudiese amarlos. Mi /manía/ de crear un mundo falso todavía me acompaña, y sólo cuando muera me abandonará.
FERNANDO PESSOA, Libro del desasosiego, Planeta, Barcelona, 1998, traducción de
Ángel Crespo, pág. 337.