Dos de los incidentes más aterradores de la literatura son el descubrimiento por parte de Robinson de la huella de un pie desconocido en la arena de su isla y el estupor del Dr. Jekyll cuando al despertar advierte que su propia mano —extendida en la cama sobre las sábanas— se ha convertido en la velluda mano de Mr. Hyde. La sensación de misterio en estos dos acontecimientos es insoportable a pesar de que ninguna fuerza física parezca intervenir. En la isla de Robinson no debería haber la huella de ningún otro pie más que la del suyo, pues está inhabitada; y, dentro del orden natural de las cosas, el Dr. Jekyll no tiene al final del brazo la mano velluda de Mr. Hyde. Son, de hecho, simples oposiciones.
MARCEL SCHWOB, El deseo de lo único, Páginas de Espuma, Madrid, 2012, traducción de Cristian Crusat y Rocío Rosa, pág. 159.
