La literatura con sesgo ético —o provista de cualquier otro propósito que no sea la expresión propia, usando como únicas bases la naturalidad y la sinceridad cruda— no es, per se, ni arte ni literatura verdadera; y esto se debe a que se aproxima al territorio de la filosofía, una ciencia especulativa situada en las antípodas de la estética. Por supuesto, cualquier obra literaria puede tener los rasgos externos del didactismo; pero si es genuina, su motivación profunda no será didáctica. La poesía verdadera carece de relación con los propósitos intelectuales o morales, o con cualquier cosa que no sea el éxtasis del poeta ante la visión de la belleza y su voluntad inconquistable de alabar aquello que lo conmueve; puramente por el placer de la alabanza y nada más. Poe, Swinburne y Oscar Wilde entendían esto correctamente. De hecho, la única utilidad en poesía de las opiniones y convicciones, o de las ideas del bien y el mal, es excitar las emociones del poeta lo bastante como para que cante con el tono adecuado de éxtasis. Y si se puede cantar de esta manera sin necesidad de estímulos añadidos, como hacía Keats, pues mucho mejor.
H. P. LOVECRAFT, fragmento de una carta a Walter J. Coates, enviada el 14 de febrero de 1928, incluida en Cartas 1: Escribir contra los hombres, Aristas Martínez Ediciones, Badajoz, 2023, traducción de Javier Calvo, pág. 285.