Virginia Woolf


Cada vez que una lee de una bruja tirada al agua, de una mujer poseída por los demonios, de una curandera vendiendo hierbas y aun de la madre de un hombre célebre pienso que estamos en la pista de un novelista, un poeta abortado, o una Jane Austen muda y sin gloria, una Emily Brönte rompiéndose los sesos en el páramo o recorriendo con desolación los caminos, trastornada por la tortura de su genio. Me atrevo a afirmar que Anónimo, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer. 


VIRGINIA WOOLF, Un cuarto propio, Alianza Editorial, Madrid, 2003, traducción de Jorge Luis Borges, pág. 56.